Hay una tierra de la que hablan todos con constante regularidad, mi niña. Hay una tierra donde los golpes al cuero caliente de los tambores se mezcla con el canto profundo a los dioses que alguna vez llegaron por el puerto en forma de conquista, represión y lucha. Sonidos que aceleran el corazón regalando el don portador del ritmo, ese con el cual, según dicen, mi niña, combaten al diablo al mismo tiempo que glorifican al sol.
Sale el sol, ¡ay mientras te visto!
Hay una tierra, mi niña, donde el azul de las aguas saladas y calientes, golpean las faldas de las montañas que en su tope se visten de blanco. Aguas que infestadas por criaturas de colores mágicos, se apagan a la puesta del sol, al cantar de los loros, para darle luz a los movimientos de los valientes que saltan en ellas para explorarlas en la total oscuridad.
Respira, ¡ay mientras te visto!
Hay una tierra que no come de guapos, mi amor, una tierra de luchadores del tiempo y del olvido, hombres de tradición y respeto, que vistiendo de soltura, recargan las mañanas con sudor y fuerza. Un baile matutino que empieza con un agradecimiento a la iglesia, un beso a la abuela y el olor de un café caliente.
Ay mientras te visto, mi niña, ¡ay mientras te visto!
Levanta los brazos, recuérdame esa historia que ya casi no veo y que tú tienes el deber de portar. En la que te contaba de esa tierra donde el contraste natural brilla en balance, donde el alto de la montaña se recuesta en la planicie del valle. Tierra de horizonte infinito que grita en forma de salsa y casi no reniega.
¡Por el cielo!
Muéstrame en tus ojos mis historias así no las olvido, historias de esa tierra donde la caña de azúcar se mueve con la brisa para endulzarle la vida al mundo, donde la campana marca el compás del corte de la planta y el trapiche la vuelve jugo que calma la sed.
Bailan. ¡Con el cielo bailan!
En esa tierra, mi niña, por allá no tan lejos, de vez en cuando los hombres se transforman en criaturas místicas, los colores de las especies que acompañan su tierra, invaden sus cuerpos, pintan su cara y dirigen el baile: los movimientos de las palmas regalan aceite y los plátanos, que se comen con sal, son transportados en máquinas repletas de color y vida. Allá, mi amor, adornan el cielo con cables pero regalan libertad en forma de pan caliente relleno con el dulce del fruto de un árbol, allá mi vida algún día te quiero llevar.
Ay mientras te visto, mi niña, ¡ay mientras te visto!
Una tierra que pinta sus refugios de colores vivos, mi niña, que hoy mientras te visto quiero que tengas en cuenta; esa que quiere contar su historia, pues por allá, en tiempos de otros, les dañaron la forma de contar. Un lugar donde la magia explota de mil formas, donde los pájaros, las plantas y el color del mar, han decidido tomarse prestada la trama del telar, para contarte las historias que todavía no te cuentan.
¡Pon cuidado, mi niña, mientras te visto, pon cuidado!
Mira el espejo, eso que hoy te pongo, mi niña, tú ya lo tenías, sólo que no sabías su historia, es por eso que he decidido hoy contarte la historia, mi niña, de un lugar, nada lejano del mar al que le dicen Macondo, tierra inspiradora de guerreros del arte; soldados dispuestos a transportar los mensajes de una guerra maratónica que tiene como único fin, invitar a respirar, a bailar y a soltar todo eso que hoy ya no necesitas. Mientras te visto, mi niña, acompáñame a explorar la historia que tus prendas tienen, pues seguramente vendrán de ese lugar del que hoy te hablo, donde los animales, la montaña y el mar, se quieren expresar y tenemos que escucharlos.
¡Pon cuidado, mi niña!
Te vestí.
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